Hermandad de Ntra. Sra. de la Hermosa |
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Septiembre 2008. Fuente de Cantos |
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EL DERECHO DE NACER Juan Molina Yerga ____________________ Año 2.008 Cuando Lo más interesante y agradable sería cantar las
alabanzas que inspiran nuestra devoción; pero, por muy sentidas que son, no siempre somos
capaces de expresarlas con las palabras apropiadas a nuestros sentimientos. Conocemos las normas que se sugieren para las
colaboraciones, tendentes siempre a mantener la ética y estética de la revista;
pero, con mayor o menor oportunidad y acierto, también parece plausible traer a
la misma como temas de interés asuntos que no por su desagradable realidad y espinoso
fondo dejan de incidir de manera preocupante en la vida de las personas en
general y del cristiano y católico en particular. Así, pues, hoy, previo
sometimiento a la decisión y autorización de la directiva, nos animamos a plasmar
aquí, aunque sea brevemente y con la mayor ponderación de que seamos capaces,
un problema de tanta importancia como es el
derecho de nacer. Comencemos por afirmar que a nosotros, conforme con
nuestra vivencia del cristianismo, todo lo que se oponga por decisión
voluntaria a ese derecho de nacer, ya sea iniciativa personal, o inducida como
es el aborto programado desde la política, debe considerarse rechazable y
condenable como acto contra natura. Pero, desgraciadamente, pese a estar este abominable
desatino ya contemplado y regulado en
nuestro ordenamiento jurídico so pretexto de motivaciones y criterios de
arbitraria conveniencia, parece ser que, no conformes los pro-abortistas y
legisladores afines con lo ya aberrante establecido, quieren todavía más, mucho
más, todo lo que sea preciso para un aborto libre; la interrupción del derecho
de nacer y vivir en un país de profundas raíces católicas en el que quiere imponerse
a toda costa la primacía de una sociedad laica que
decida sin el menor escrúpulo sobre la vida y la muerte. ¡Ahí es nada! Y la voluntad popular, mediante los poderes
públicos regidos por gobiernos que se autodefinen “progresistas”, mientras de
una parte se llena la boca hablando y defendiendo los derechos humanos, la
protección de la fauna y la flora, el respeto al medio ambiente, las ayudas
sociales a la familia y otras mil zarandajas más demagógicas que reales, de otra
parte legisla, apoyándose en su condición laica, lo que estima de interés y cree
mayoritariamente deseado en cuanto a interrupción de embarazos y natalidad, y
ello aun siendo España, si hablamos de nuestro país, uno de los lugares de Así, con tan negativa visión de futuro, además de
la inmoralidad que ello supone tendremos el agravante, en fechas no muy lejanas,
del problema que conlleva abrir el grifo a una inmigración masiva y descontrolada
que, aunque pueda aportar aparentes soluciones a los inconvenientes de una
despoblación prácticamente inducida y en situación de envejecimiento, acarreará
indiscutiblemente importantes obligaciones sociales con la inevitable
repercusión económica en el erario público, amén del consiguiente impacto ambiental derivado de las distintas culturas y
etnias incidentes. El título que encabeza, pues, esta colaboración de
tan desagradable tema, es plenamente coherente con el penoso asunto… Concuerda literalmente
con el de una antigua película de gran difusión y aceptación, del año 1951,
(algunos de los lectores, los más veteranos, pueden recordarla) que dirigió
Zacarías Gómez Urquiza y protagonizó (aunque hubo
varias versiones) Gloria Marín y Jorge Mistral.
Conviene destacar que este filme causó un grato impacto en la sociedad
del momento por su argumento cargado de moral cristiana y humanismo… Pero, claro,
eran otros tiempos. Quizá hoy tengamos quienes defiendan, incluso conscientes
de su fe católica, que la carencia de medios suficientes, la concurrencia de
determinadas circunstancias especiales, violaciones, razones de salud y previsión, u otras cuestiones personales,
son antecedentes y causas que llevan implícitos una moderna interpretación
permisiva y restrictiva de lo que siempre fueron, y serán, valores cristianos inalterables…
Sorprende y no somos capaces de discernir si el hombre en su descerebrada soberbia
investigadora y científica quiere colaborar con Dios (léase, si se quiere, naturaleza)
en el desarrollo de su plan universal, o lo que pretende es sustituir al
Creador (sígase leyendo, si se quiere, naturaleza) en la divinidad de su obra. Precisamente cuando los colectivos más “progresistas”,
--los que más presumen de respeto a la vida, la paz y los derechos humanos--, exigen a bombo y platillo la abolición de la pena
capital hasta para los más crueles asesinos, es cuando más banderas alzan los
mismos grupos en pro de la ampliación de lo que llaman derechos de la mujer
para decidir, exclusivamente ella, sobre el nacimiento o exterminio de sus fetos;
y ello aun cuando ya lleven en sus entrañas más de treinta semanas. (¡Siete o más meses de gestación, que se dice
pronto; cuando casi pudiera pensarse ya en bautizo!) No se desea en modo alguno invadir aquí espacios de
cualquier ideología, pero ciñéndonos simplemente al de la ética más elemental no
podemos dejar de comentar algo tan absurdo y aberrante como lo que se pudo apreciar
en TVE, machaconamente, en la campaña electoral de Marzo último: Una fémina, presuntamente
ya alejada de su función reproductora por el aspecto senil que ofrecía, pedía
enérgicamente el voto para una determinada formación política y un determinado
fin, el aborto; alegando: “Nosotras parimos, nosotras decidimos”… (El
acalorado reclamo resultaba patético tanto en su forma como en el fondo). Y nos preguntamos absortos: ¿Desde cuando
la mujer, ni bicho viviente alguno (“persona aviesa de malas intenciones”, según
publica nuestro diccionario de Son de dominio público las acciones judiciales, en
vía penal, que ya se han ejercitado contra diversas clínicas abortistas en las
que se cometían auténticas masacres, burlando y propasando incluso lo absurdamente
proclamado legal; con lo que puede colegirse que esas “clínicas” constituían verdaderos
antros de exterminio y crimen; sin que se ejerciera firmemente por las
instituciones sanitarias competentes el debido control de inspección que
pusiera fin a esas criminales prácticas fraudulentas… (¡Parece que se prefería mirar para otro lado;
no darse por enterado!). Quizá algún lector de la presente colaboración vio
el espeluznante programa televisivo que emitió el Canal “Intereconomía”
a las 23 horas del 10 de Mayo del corriente año; la noche del día del “Camino Isidrero”. El que
así lo hiciera, no creemos pueda olvidar jamás las imágenes reales que se
difundieron del exterminio por abortos voluntarios. Es natural que ese
sobrecogedor programa se emitiera en el horario que lo hizo, quizá en la
seguridad de que no era apto para cualquier sensibilidad humana. Baste aquí
exponer, solamente, que las terribles escenas que se ofrecieron en la emisión dejaban en mantillas a las que
se conocen de los campos de exterminio del Holocausto judío. Parece imposible
que fueran reales si no hubiera tenido acceso a ellas, de procedimientos
legales, el canal televisivo, según así lo anunciaba. Parece imposible también que la perversidad
humana pueda llegar tan lejos y que los poderes públicos lo faciliten y
consientan. ¿Hasta donde quiere llegar la deshumanización? Y fue, por fin, la justicia en vía penal, previa argumentada
denuncia, la que hubo de suspender el ejercicio
de esa actividad repugnante y el cierre temporal de esos centros incontrolados… Es posible, pues así lo afirman
determinados medios, que ya hayan sido nuevamente reabiertos; tal vez se ha
estimado que esos “centros de exterminio” tienen que seguir desarrollando su
función destructora, (función criminal,
asesina, inhumana) si bien
aduciendo, hipócritamente, que con sujeción al “legalismo
democráticamente establecido”; sobre todo después de haber ejercido el derecho
de objeción de conciencia los profesionales sanitarios
de Nos remitimos, como expresión de la gravedad y
procedimientos empleados para esa práctica abortiva, a lo que vienen publicando
con abundancia de detalles la prensa escrita y demás medios de comunicación… Es
todo lo bastante repulsivo como para insertarlo en una Revista de estas
características… De todas formas, parece oportuno apuntar que el rechazo a la
barbarie y crímenes del aborto voluntario no tiene por qué ser patrimonio de
católicos, cristianos, religiones o miembros de diversas ideologías;
simplemente basta para apoyarlo un mínimo de sensibilidad humana y la voluntad
de despreciar el crimen en todas sus formas, y mucho más si es de seres
inocentes e indefensos prestos a conocer la luz del día. Es imposible minimizar la compleja magnitud de este
drama; y mucho menos desde el campo de la política. Se sabe con honda pena de
mujeres que irreflexivamente adoptaron la decisión de abortar quebrantando su instinto
maternal, y, posteriormente, no pudiendo soportar la sensación de culpabilidad,
pusieron fin a su vida trágicamente. La cuestión, pues, es de mayor gravedad de
la que se le quiere dar desde estamentos gubernamentales. Y para terminar con este desagradable relato aconsejamos,
a quienes aun no lo hayan hecho, la lectura de la “Carta al Sr. Presidente” que suscrita por el escritor D. Juan
Manuel de Prada se publicó en el diario “HOY” del 7
de Marzo del corriente año, dos días antes de la celebración de las elecciones
generales… Felicitamos efusivamente al autor, porque la carta no tiene
desperdicio; constituye todo un tratado de deontología cristiana y compendio de
sentimientos humanitarios. Nosotros, por nuestra parte, añadimos y publicamos
nuestro criterio de que jamás ningún gobierno ni institución de un estado de
derecho debería legislar a favor de la permisividad de la extinción voluntaria
de la vida. |