LOS HIJOS DE
LA VIRGEN
ANA MARÍA del N.J. de P.
________________________
La Hermosa, 2008
Desde mi
infancia pertenecí a la Asociación de Hijas de María, asistía a los actos dedicados a Ella en la
parroquia; el mes de mayo, novena
de
la Inmaculada, con la medalla colgada
de su
cinta celeste y blanca: pero en
realidad hasta los tiempos del Concilio Vaticano
II,
no
he
visto bien claro
su sentido importante, como lo
definió Pablo VI en la clausura
de
la sesión tercera:
"Es
la primera vez ...que un Concilio Ecuménico presenta una síntesis
tan extensa
de la doctrina católica sobre el puesto que María Santísima
ocupa en el misterio de Cristo y la Iglesia ".
Pero a esa
síntesis se le ha llamado "la enseñanza central" y justificaría
la declaración
Conciliar sobre la Maternidad Espiritual de la Virgen para con los hombres, que dice: "La Santísima Virgen predestinada desde toda la eternidad; como Madre de Dios ,...fue en la
tierra
la Madre excelsa del Divino
Redentor... padeciendo con su Hijo cuando moría en la cruz, cooperó
de
forma del todo singular a la OBRA del Salvador
con la obediencia, la fe, la Esperanza y su ardiente
caridad con el fin de restaurar la vida
sobrenatural de las almas. Por eso es nuestra Madre en el orden de la gracia".
Así, a semejanza
de lo que ocurre en la maternidad
natural, la Santísima Virgen, unida a la
fuerza del Altísimo, ha dado
a los hombres la vida sobrenatural de sus almas
que es la gracia santificante; en orden a RESTAURAR
o comunicar de nuevo algo que se había perdido y generosamente
asociada
a su Hijo Redentor. El Concilio concreta, con puntos de vista de
María: concepción, nacimiento, alimentación, presentación en el
templo al Padre
celestial y compasión
con su Hijo
que muere en la cruz. La
Virgen Santísima, Madre del divino
Redentor es también Madre nuestra.
Siguiendo al Concilio,
podemos decir que
la Santísima Virgen en su
actuación, ENTREGADA del todo a la voluntad
de Dios, como humilde
esclava del Señor,
creyendo, esperando y amando.
Obró con aspecto materno,
como verdadera Madre, aunque Madre espiritual,
que busca sólo agradar
a Dios y cuyo
elemento principal es el amor. Por esto, los
que nacen a esta vida
sobrenatural son "Hijos de
Dios" e Hijos de la Virgen".
De Cristo en cuanto hombre, somos hermanos del "Hermano Mayor".
Pero hay otra causa más importante para considerar
a María nuestra
Madre: Ella es la Madre de ese Cuerpo Místico
que formamos todos los bautizados, que es la Iglesia. Pablo VI, apoyado en su pleno derecho
de Vicario
de Cristo, entre las aclamaciones fervorosas de la inmensa
mayoría de los Padres Conciliares dijo: La
Santísima Virgen no había de ser impedimento para la unión
con los hermanos separados.
Un precioso texto de San Agustín,
comienza así en el
capítulo VIII de la Constitución dogmática sobre la Iglesia: "(La Virgen) es con toda verdad
madre de los miembros (
de Cristo) por
haber cooperado con el
amor a que naciesen en la
Iglesia los fieles, que
son los miembros de
aquella
Cabeza". No se
trata simplemente de la maternidad espiritual de María, sino real y material.
La Santísima
Virgen,
no concibió a Jesús
solamente para que
fuese hombre, sino para que con aquella
Humanidad Santísima, que de su seno
inmaculado tomaba, fuese el Salvador de los hombres, después del consentimiento de María
al ángel, al
aceptar su mensaje. Por eso, la Virgen es Madre de
la Iglesia.
Todo esto, lo enseña
brevemente San Pío X: "En
el mismo seno
de la castísima Madre, Cristo no sólo tomó para sí
carne, sino que
a su vez juntó un cuerpo espiritual formado por aquellos
que
habían de creer en El {..}
somos
miembros de su cuerpo, carne
suya
y
huesos suyos,
( como dice el
Apóstol) hemos salido
del seno de María,
a la manera de un cuerpo unido a la cabeza ".
A esto hemos de
responder con la expresión ferviente de Benedicto XIV: "La
Iglesia Católica,
enseñada por el magisterio del Espíritu Santo, siempre con grandísimo empeño ha
pretendido no sólo honrar (a la Stma. Virgen con obsequios ferventísimos como Madre de su Señor
y Redentor, sino amarla con afecto de
piedad filial como a Madre amantísima'.
El P. P. Llamera O. P. utiliza expresiones muy profundas, al decir
que "coexiste con Jesús desde la
Encarnación su
cuerpo místico" y desarrolla la idea de su gracia maternal, por
predestinación y derecho. Otro autor, P. Royo Marín O. P. dice: "Nuestro
alumbramiento como hijos espirituales de María comenzó en el portal de Belén,
al dar a luz a Cristo, nuestra Cabeza. Pero no se completó hasta el Calvario
cuando se consumó de hecho la redención del mundo por Jesucristo Redentor y
María Corredentora". Ya se ha dicho que el medio normal para la aplicación
de la Redención a cada uno es el santo Bautismo. Por él cada uno
es miembro de la Santa Iglesia y de hecho tiene ya por Madre a la Virgen.
San Juan, (Ap. XII), vio a la Iglesia en el seno de María. Es decir, María aunque glorificada y en el cielo,
sigue siendo Madre, sigue llevando en su seno a un Hijo, al Cuerpo Místico lo
sigue dando a luz. ¡ Toda la Iglesia está en el seno de la Madre!
DEBERES PARA CON NUESTRA MADRE
Esta corta obra del
P. Francisco Segarra S. J. MARIA, MADRE NUESTRA, que estoy presentando como
testimonio de nuestra pertenencia a Ella e hijos verdaderos, nos hace ver
nuestros deberes hacia Ella, si queremos ser fieles, teniendo presentes la
grandeza inefable de nuestra Madre.
Recordemos las Tres
Divinas personas:
EL PADRE: El Eterno
Padre ha querido hacer a la Santísima Virgen la criatura más semejante a Sí mismo. a) Él
es el verdadero Padre del Verbo y Ella la verdadera Madre. b) La ha hecho por
la gracia su semejante, de su naturaleza divina, más que a todos los ángeles y
santos juntos. La Virgen es ¡Hija por excelencia del Padre Celestial ! Por eso María es, la Corredentora del linaje humano y Dispensadora de todas las gracIas.
El HIJO: También el
Hijo se ha complacido en hacer a la Virgen la criatura más semejante a Sí. En efecto:
a) El Verbo Eterno es engendrado en pureza desde la eternidad, y la Virgen desde el primer instante de su concepción. ¡La
única entre las puras criaturas descendientes de Adán!
EL ESPÍRITU SANTO.
Igualmente el Espíritu Santo ha querido hacer a la Virgen su criatura más semejante. Nada menos que
la ha escogido para Esposa suya.
Esposa de Dios y ha querido que su Esposa se le asemeje, sobre todo en el amor.
Así podemos con toda verdad decir al final del Rosario: Dios te salve, Hija de Dios Padre... Dios te salve, Madre de Dios Hijo... Dios te salve, Esposa del Espíritu Santo...
En el libro titulado
"Camino" de San José María Escrivá de Balaguer, se leen estas
hermosas palabras: "Canta a la Virgen
Inmaculada,
recordándole: Dios te salve, María, Hija de Dios Padre; Dios te salve, María,
Madre de Dios Hijo; Dios te salve, María, Esposa de Dios, Espíritu Santo... ¡Más Que tú. sólo
Dios!".
Pero tenemos que llegar
por experiencia a conocer que durante nuestra vida mortal somos niños pequeños,
la mayoría de edad la alcanzaremos en el cielo. Jesús nos dice en el Evangelio:
" si no os hiciereis como los niños, no entraréis en el Reino de los Cielos ". o estas otras: "Fuera de mí nada podéis hacer ".
Y lleno de misericordia nos da su misma Madre para que cuide de nosotros. Así
es que, hemos de sentimos en realidad hijos pequeños para con Ella. Por
consiguiente el niño pequeño DESCANSA en el regazo de su madre, nosotros hemos de descansar en la protección eficaz y amorosa de la Virgen, nuestra Madre. En su corazón de Madre hemos de
colocar nuestra segura mansión. Así todo nuestro cuidado toca, a nuestra madre
la Virgen.
¡Qué plan tan admirable
el de Dios! Esta gran Señora, que Dios quiere sea nuestra Madre y por la que
quiere nos vengan todas las gracias, es al mismo tiempo la Madre de Dios. Así es que cada uno puede repetir lo que
decía San Estanislao de Koska: "¡La Madre de Dios es mi madre! ¡Dios y yo somos hermanos!
Jesús es no sólo mi amigo, sino mi hermano también!".
Enseñados por nuestra
Madre la Iglesia,
hemos de mirar a la Virgen como fuente de dulzura, ya que nos dice en la
hermosísima oración de la Salve, invocándola: "Vida, DULZURA Y esperanza nuestra"
para terminar con esta otra: "Oh DULCE siempre Virgen María!".
Por lo tanto, la dulzura es conveniente para los niños menores de edad que peregrinamos por este árido desierto necesitamos
de una FUENTE CAUDALOSA de dulzura, que es la devoción a la
Virgen Santísima.
Cuanto más difíciles sean los momentos de nuestra vida, tanto más hemos de
acudir a Ella.
Pero a la Madre se acude como hijos; y a María acudiremos como
pequeños hasta llegar a la edad viril. Por eso, nos debemos recordar la hora de
nuestra muerte que es el nacimiento a la eternidad, momento en que está
interesada la gracia de las gracias, ¡la perseverancia final!.
Los Sumos Pontífices se esfuerzan por inculcar el rezo del santo Rosario. Quien
reza cada día, aunque sólo sea una parte del Rosario, eleva por lo menos
cincuenta veces a la Santísima Virgen esta emocionante súplica: "¡Santa María,
Madre de Dios! Ruega por nosotros pecadores, ahora y EN LA HORA DE NUESTRA MUERTE. Amén." Una madre, a quien
cada día su hijo le pide cincuenta veces lo menos, algo que ella le puede
conceder ¿dejará de atenderle y se hará sorda a sus súplicas? Cuán alejado
estaba de tales pensamiento el Santo que nos enseñó a
repetir:
"Acordaos, oh piadosísima Virgen María! Que
jamás se oyó decir que ninguno de los que han acudido a vuestra protección,
implorado vuestra asistencia y reclamado vuestro socorro, haya sido abandonado
de Vos. Animado con esta confianza,
a Vos también acudo ¡oh Madre, Virgen de las vírgenes! Y aunque gimiendo bajo e/ peso de mis pecados,
me atrevo a parecer ante vuestra presencia soberana. ¡Oh
Madre de bondad! No despreciéis mis súplicas; antes bien escuchadlas y acogedlas benignamente. Así sea”.
Por Ella el Hijo de Dios
se hace carne y nos adorna con la
vestidura divina de su gracia. Esta es la obra por excelencia del amor de
nuestro Señor. Pero en esta obra no está sólo Jesús, OTRO hay, que con Jesucristo actúa en este sublime
negocio. Ni un ángel, ni un arcángel... ¡Es María, Madre de Dios y Madre nuestra!.Nosotros,
acomodándonos a los gustos y planes de Dios, tampoco hemos de prescindir de la
Santísima Virgen en
la aplicación de la obras de la
Redención. DOS nos han redimido: Jesús y María.
Ha de ser
imprescindible, en nosotros la devoción a la
Santísima Virgen,
vivida de todo corazón. Del
conocimiento de las grandezas sublimes de la Virgen brotará una vida mariana en nuestra voluntad, una
profunda admiración y reverencia de sus divinas prerrogativas y con estupor
contemplaremos cómo toda criatura es inferior a la Virgen. Un amor sin límites brotará a medida que amemos más a
Dios y amaremos a la Santísima Virgen, nuestra Madre, amaremos también a la Iglesia, porque
Ella es también
Madre de la Iglesia.
Al vemos nosotros tan necesitados le invocaremos. ¡Oh Madre, no permitas que haya tanta desemejanza entre los dos y nacerá entre nosotros la imitación en su manera de ser y de
obrar.