Hermandad de Ntra. Sra. de la Hermosa    

           Septiembre 2008. Fuente de Cantos

 
         
 

“Maestro, enséñanos a orar”

 

                                Juan Ramírez García

________________

Septiembre 2008

 

 

Se nos presentan muchas veces en la vida algunos momentos y detalles que hacen reflexionar sobre las peticiones que hacemos a Cristo, a la Virgen, a  los Santos, o incluso al mismo Dios, ante cualquier “necesidad” que creemos tener. Y pongo entrecomillada la palabra “necesidad” porque, bien mirado, en esta España, que a unos les  gusta y a otros no, nuestras necesidades se pueden limitar a la salud, el trabajo y muy poquito más.

 

        Recientemente hemos pasado dos acontecimientos deportivos importantes: El campeonato de Europa de Fútbol, tan exitoso, y las Olimpiadas. En ellos hemos podido ver como algunos jugadores o atletas, hacen la Señal de la Cruz antes de empezar la competición, incluso en los campeonatos de Europa, se veía a la madre o a la abuela de algún jugador rezando el rosario mientras veía por la tele el partido Esto está muy bien, porque es una demostración pública de fe, si se limita a eso, o a pedir que le protejan de alguna lesión, pero de ahí a solicitar la ayuda de la Jerarquía Celestial para obtener la victoria, dista mucho. Lo dijo el seleccionador Luis Aragonés,  cuando alguien en un partido de preselección le quiso hacerle ver que “la Virgen había echado una mano a la selección en algún momento”. La respuesta fue tajante: “Ni Dios ni la Virgen pueden ocuparse de esas cosas”.

 

        Reflexionemos, pues, sobre los temas más frecuentes en nuestras peticiones: Que nos toque la Primitiva, el éxito en unas oposiciones, el triunfo de nuestro equipo favorito... y en estos puntos suspensivos podéis incluir todo lo que esté pasando por vuestra imaginación en estos momentos.

 

        Si pedimos que nuestro equipo gane una competición, estamos pidiendo quizás una injusticia solicitando la intercesión Divina porque, si somos los beneficiados, indudablemente hay un equipo perjudicado. Por eso, cuando un equipo vencedor, ofrece el trofeo a la Virgen titular de su ciudad, debe entenderse como un prueba de devoción hacia la Patrona y de ninguna forma como “acción de gracias” por la colaboración de la Virgen en el triunfo, ya que hay que pensar que el equipo perdedor también tiene su Patrona, que es la misma  Virgen con otro apellido. Y esto se puede extender a todas las situaciones: si nos toca la Primitiva, no le toca a otro más necesitado y si la mano de Dios o de la Virgen se pasa por nuestro  pupitre en un examen de unas oposiciones, perjudicaría  a otro opositor que, acaso tenga más mérito de esfuerzo, trabajo y valores que nosotros.

 

        Lleva razón, a mi juicio, nuestro veterano seleccionador al hacer tan  categórica afirmación. Bastante preocupados estarán allá arriba con intentar evitar las guerras, el hambre y las muchas catástrofes de la naturaleza: terremotos, huracanes, inundaciones etc,  con pérdidas irreparables de vidas humanas, como para preocuparse de estas nimiedades

 

        Creo que nuestras peticiones deben estar limitadas  a muy pocas en concreto, a saber: Que no ocurran las calamidades antes citadas, la salud para nosotros y los demás, la paz, que se corrijan las enormes desigualdades que hay en el mundo, y que ilumine a aquellas personas que tienen en sus manos el bienestar de los demás y trabajan por conseguir una sociedad más justa y equilibrada. Y aquí entramos todos y todas, aunque nuestro rol en la sociedad nos parezca el más insignificante en comparación con los que ocupan puestos y cargos importantes,  pues Dios ha puesto en nuestras manos las suficientes cualidades para que seamos instrumentos de su voluntad Divina y en ese papel figuran, por poner un ejemplo, desde el más humilde obrero hasta el propio Rey

 

        Me viene a la memoria, a raíz de esto, un relato que leí no sé dónde, pero que me causó una gran impresión y me hizo reflexionar profundamente sobre la intervención Divina y que más o menos decía así:

 

        “Había comenzado a llover, el río se había desbordado y había anegado una manzana de casas. A la vivienda de una señora mayor, llegó la Policía para comunicarle que debía abandonar la vivienda porque había peligro de que el agua siguiera subiendo, a lo que la señora contestó:

       

“No abandono mi casa porque confío en Dios”.

 

        El agua siguió subiendo y la señora tuvo que subirse al primer piso. Vinieron entonces los de Protección Civil con un bote y la invitaron a subirse porque se preveía que la cosa fuera a más. La mujer le dio la misma contestación que a los policías

 

        “Sigo confiando en Dios y no abandono mi casa”.

 

        Efectivamente, el nivel del agua hizo que la señora tuviera que subir a la azotea, y el helicóptero de los bomberos acudió a rescatarla. La pobre mujer seguía confiando en Dios y así se lo hizo saber a los bomberos:

 

        “Mi confianza en Dios es infinita y él hará que las aguas vuelvan a su cauce”

 

        Ocurrió lo inevitable; el agua siguió subiendo  y la señora se ahogó.

 

        Cuando llegó a la presencia Divina, la mujer le presentó las quejas a Dios por su “presunto”  abandono:

 

        “Parece mentira, Dios mío, con lo que yo confiaba en y no has evitado que me ahogara”.

 

A lo que el Padre Eterno le contestó:

 

“¿Qué más he podido hacer por ?, Primero te mandé a la Policía, luego a Protección Civil y por último a los Bomberos, y tú no hiciste caso a ninguno, parece que tenías prisa por venirte conmigo. Anda, pasa mujer y sécate esas ropas, que te vas a volver a morir, esta vez de una pulmonía”.

 

Este relato, nos demuestra  que muchas cosas que pedimos en nuestras oraciones, está en nuestras manos alcanzarlas con nuestro esfuerzo, trabajo, voluntad, comprensión y mucho amor y respeto hacia los demás, simplemente haciendo que funcionen todas las facultades que Dios nos ha dado y emplearlas sin egoísmos ni como instrumentos para colmar nuestras ambiciones particulares, que nos hacen que no nos podamos sentir plenamente felices.

 

Pidamos, pues,  por las cosas que he mencionado y, más que pedir,  lo que debemos hacer es dar las  gracias a Dios a la Virgen y a los Santos, por ver el sol de cada día, respirar un aire limpio y puro y por gozar de paz, libertad, trabajo y de esas pequeñas maravillas de la vida cotidiana, que no solemos valorar porque las tenemos tan a mano.

 

El divino Maestro, cuando los Apóstoles le pidieron que les enseñara a orar, dio una lección de lo que hay que pedir: “Hágase tu voluntad”..., “Danos hoy el  pan nuestro de cada día”...”Líbranos del mal”. 

 

A raíz de mi pregón de Semana Santa de este año, una persona muy querida por mí, me dijo que: “le había dedicado un soneto a cada una de las Cofradías de Penitencia y la Virgen de la Hermosa no se me había ocurrido nunca”. Pues voy a cumplir su deseo con un soneto que guarda relación con este escrito.

 

Nunca te pido nada, Virgen mía,

                sólo acudo a tu reja para verte,

                porque tengo bastante con quererte,

                y que llenes mi vida de alegría.

 

                En lugar de pedir te ofrecería,

                mi corazón, mi alma por tenerte,

                cerca de mi, no cabe mejor suerte,

que gozar de tu eterna compañía.

 

Nunca te pido nada, ya lo sabes,

porque tengo tu ermita inmaculada,

tu procesión y tu solemne salve.

 

Tengo además, Hermosa, tu mirada

de Patrona, de Virgen y de Madre.

                ¿Qué más puedo tener?...no pido nada.