SOBRE LA HERMOSA
L.P.F.
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Escribo estas impresiones sobre La Virgen de la Hermosa desde el corazón para complacer a Paco Miranda,
que me pidió no hace mucho, que escribiera algo para la Revista. Así lo hago por no defraudarle, convencido de que
hubiera acertado más encargándoselo a
otro.
Se comprende que cualquiera que no esté
acostumbrado, como es el caso, tendrá que vencer una importante dosis de
timidez y de pereza mental para ponerse a escribir sin más sobre un tema tan
emblemático como puede ser en Fuente de Cantos todo lo relacionado con la Virgen de la Hermosa. También es verdad que por arraigadas que puedan ser las convicciones
personales en el terreno religioso, no es fácil expresarse con naturalidad en
esta materia.
Para empezar por algún sitio y con el papel en
blanco por delante me voy preguntando cual es el significado que La Hermosa tiene para mi, como me ha influido, que
sentimientos y que sensaciones me produce, que recuerdos me trae… Y compruebo que
mis respuestas a estas cuestiones, aunque más bien imprecisas y deshilvanadas son
en todo caso positivas y entrañables. Y por supuesto me reafirmo en el significado
de la
Hermosa como importante
referencia en lo religioso y como punto de apoyo para la fe.
Enseguida me doy cuenta de que no va a ser fácil escribir
mis impresiones de forma acertada y sin caer en inexactitudes o en exageraciones
que siempre se deben evitar. Con esta preocupación me pongo a divagar para mis
adentros….
Y me digo con satisfacción que todo lo relacionado
con la
Virgen de la Hermosa se vive y se siente como algo grande y especial, tanto
por los hombres y mujeres del pueblo como por muchos otros que también la
conocen y la quieren aunque no hayan nacido aquí. Es curioso que nosotros que
no tenemos costumbre de alardear ni alborotar
con demostraciones bulliciosas de devoción hacia una Virgen determinada, como
se hace en otros lugares, cuando se trata de la Hermosa y sobre todo cuando ella está en la calle arropada
y rodeada por toda su gente, sin darnos cuenta nos volvemos más emotivos, poco
a poco aflora el fervor religioso y junto a ella surge lo mejor de las esencias
de nuestra fe. Al verla tan hermosa en la puerta de su Ermita la tibieza y la
indiferencia desaparecen, se percibe la emoción en las caras y se ve y se oye
como el pueblo todo se vuelca en ella con espontaneidad.
Me atrevería a decir que en estas ocasiones se
establece una especie de comunicación muy
íntima y directa entre la Virgen y la gente que la acompaña, como si ella quisiera
que todos percibieran claramente por el corazón y por los sentidos la santidad
que se encierra y que se desprende de su Ermita, igual que se percibe el aroma
de un perfume flotando en el aire.
Y junto con ese mensaje de espiritualidad que trasciende
a nosotros por el convencimiento íntimo de la presencia de algo sobrenatural en
el ambiente, se diría que la Virgen en la calle parece transmitirnos también otra
sensación puramente física, la sensación de su cercanía real, la de su propia persona,
la sensación material de su cercanía de madre.
Esta bella experiencia religiosa, vivida con naturalidad
y fervor colectivo, se traduce en una demostración palpable de fe popular propiciada
por la influencia que la presencia de la Virgen ejerce sobre todos los fieles. A mi entender estas
vivencias tienen también un fuerte calado social ya que contribuyen a modelar
el carácter del pueblo. No se podría imaginar un
Fuente de Cantos sin su Virgen de la Hermosa. No sería el mismo. Así es y así
seguirá siendo, pues no cabe duda de que los niños y jóvenes de hoy,
familiarizados ya desde muy temprano con la Hermosa e impregnados de su fe, continuarán
las tradiciones.
Ocurre cada año. Cuando la Virgen sale de su Ermita en procesión, toda iluminada,
arropada por el fervor de su pueblo, rodeada de tantas mujeres y de tantos
hombres y niños, aclamada y celebrada entre música, campanas y pétalos de rosa,
en esos momentos emocionantes la fe se hace presente en la calle con toda su
fuerza. Tan evidente es y tan sólida esta fe en torno a la Virgen que podría cortarse como un pan.
Ella es la madre de Dios y el Señor quiere que
tenga, delante de todo su pueblo, esos momentos de esplendor, de júbilo y de
inmensa hermosura...
Pero La Hermosa no es solo la Virgen, es también la Ermita. Su porte, su blancura y su orgulloso campanario no
dejan de causarnos admiración. Por
muchas veces que la contemplemos siempre nos vuelve a impactar su altiva sencillez,
su personalidad y su gracia. Al traspasar la puerta de la Ermita, enseguida se siente la espiritualidad alegre y
sosegada que respira este templo blanco y dorado, una espiritualidad que se
percibe a flor de piel. Ya dentro, la delicada belleza de la imagen de la Virgen nos cautiva
con su poderoso magnetismo. Ella, siempre compasiva y amigable está allí
esperando que vayamos a visitarla. Nos recibe y nos acoge como madre, nos mira
cuando la miramos, nos escucha para alegrarse con nuestras alegrías y nos
consuela cuando necesitamos su consuelo.
Y pienso para mis adentros que la hermosura de la Virgen no procede solamente de su belleza externa, ni de sus
ricas vestiduras ni de su Ermita resplandeciente. La mayor hermosura le viene sobre
todo por ser la madre de Dios, de forma que si fuera pobremente vestida seguiría
siendo igual de Hermosa. Que misterio
tan grande y tan sencillo, ser la madre de Dios. Y que afortunados debemos
sentirnos al saber que la Virgen es también nuestra madre, porque así lo quiso su Hijo. No
pudo hacernos un regalo mejor.
Y sigo divagando sobre los antiguos recuerdos que
conservo relacionados con la Hermosa.
Recuerdos que de
alguna manera fortalecen el compromiso espiritual con todo lo que la Hermosa representa. No se me olvida el Colegio de las monjas
que tan importante fue durante años para la formación cristiana de muchas de
las hijas del pueblo. Las religiosas que por él pasaron y también otras
personas devotas que se dedicaron y se dedican al servicio de la Virgen y dejan allí su esfuerzo ilusionado, su ejemplo y
su sacrificio, merecen el agradecimiento de todos.
También acuden a mi memoria con nostalgia aquellas
preciosas niñas, rubias y morenas, hoy abuelas, que lucían camino del Colegio
de la
Hermosa sus bonitos uniformes
y sus elegantes capas cruzadas. Y mucho después cuando los muchachos esperábamos
cerca de la puerta de la Ermita fumando con impaciencia hasta que las chavalas
salían de la novena de la Virgen. Recuerdo que por entonces era bastante habitual que al
pasar por la Hermosa
se detuviera la gente para rezarle a la Virgen sus oraciones, de pié o de rodillas, frente a la
cancela de hierro, sin importar el tiempo que hiciera. Que tiempos aquellos…
Y como olvidar aquel feliz domingo de Marzo de hace ya tantos años,
cuando en el templo de la Hermosa, entre flores blancas y música celestial, a las
doce en punto de una mañana de ilusión y de nervios, nos casaron para toda la
vida.
Termino con un poema de alabanza a la Virgen,
Hermosa doncella que fuiste anunciada
Por el luminoso arcángel Gabriel
Para ser la madre bienaventurada
Por Dios señalada del Niño Emmanuel.
Hermosa doncella virginal y pura
Que al arcángel santo dijiste que si
Capullo de rosa, vaso de dulzura
Madre de los hombres, esposa gentil.
Matutina estrella, luciente lucero
Sol y luna blanca, refugio feliz
Faro deseado de los marineros
Hermosa doncella, torre de marfil.
Ruega por nosotros Virgen de la Hermosa
Ruega e intercede en nuestro favor
Somos pecadores y por tantas cosas,
Virgen de la Hermosa, danos tu perdón.