Hermandad de Ntra. Sra. de la Hermosa    

           Septiembre 2009. Fuente de Cantos

 
 

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Año Santo Paulino

Pablo en Atenas

 

 

Francisco  Bernardino Murillo

               Párroco de Bienvenida

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1.- Actividad misionera de Pablo inmediatamente anterior a su llegada a Atenas.

 

     Es Marzo del año 49 d.C. tiempo propicio para hacer la guerra y, salir los comerciantes y misioneros a otros pueblos.

 

     Pablo sale de Antioquia de Orontes, acompañado de Silas, miembro de la Iglesia de Jerusalén y muy unido a Pedro, además, era ciudadano romano

 

     En Listra, después de ordenar para el ministerio a Timoteo, éste  se une a Pablo, del que fue su fiel secretario. Con orgullo de padre lo llama “hijo genuino en la fe”.

 

     Llegan a  Troade  donde se une Lucas, médico griego antioqueno.

 

     Se dirigen a Macedonia para desembarcar en Neápolis con su gran templo de Diana. De aquí llegan a Filipos, una Roma en pequeño, con foro, teatro, acrópolis y muralla. En Filipos encuentra Pablo a Lidia, una rica comerciante en telas de púrpura y también conoce a Evodia y Sintique. Muy pronto Lidia recibe el bautismo, quizás con Evodia y Síntique en las aguas del Gangas e invita a los misioneros a alojarse en su casa si me tenéis por fiel al Señor. De la comunidad de Filipos, dice Pablo Dios me es testigo de cómo os amo a todos vosotros del fondo del corazón.

 

     Pablo se dirige a Tesalónica por la Vía Egnacia, calzada militar que une a Roma con Asia.Tesalónica llamada así por la hermana de Alejandro Magno. Atrás había quedado el valle Aretusa, donde en un soto de encinas y pinos estaba el sepulcro del trágico griego Eurípides. Antes de dar vista a la llanura de Tesalónica el monte Olimpo, la morada de los dioses bajo la mirada de Zeus.

 

     Entran en casa del judío Jasón, propietario de una fábrica de tejidos, donde Pablo con su mandil de cuero trabaja. Más tarde les recordará a los de Tesalónica: día y noche he trabajado para no gravar a ninguno de vosotros.

 

     En la gran sinagoga de Tesalónica, donde acudían de toda Macedonia, Pablo y Silas como escribas o doctores de la Ley eran invitados a una predicación religiosa. Pablo tocó la llaga más enconada de la tradición religiosa farisea, al quitarles la venda de los ojos, cuando les dice: vuestro rey Mesías coronado de victoria es solo un sueño. El verdadero Mesías lleva una corona de espinas. Pablo  evocó ante los ojos de sus oyentes, que escuchan en suspenso, la Cruz de Cristo como el lugar de la reconciliación y el encuentro entre Dios y el hombre, entre los hombres en sus anhelos hacia Dios. De esta manera, la Cruz del Gólgota proyectó su sombra gigantesca sobre Tesalónica.

 

     En  Tesalónica hubo gente que recibió la Palabra de Dios con toda ansia, no como palabra de hombre, sino cual es en verdad, como Palabra de Dios, que permanece operante en vosotros, creyentes de Cristo.  Siguen los trabajos misioneros en los talleres de Jasón, casas privadas, en los aposentos de los esclavos de las casas señoriales, en los barrios aristocráticos y en los salones de mujeres principales.

 

     Es una acción misionera cara a cara, de hombre a hombre, de casa en casa. Pablo y Silas con sus hojas de apuntes caminan por las calles y rincones de barrios y suburbios, subiendo y bajando escaleras de piedra. Con todos tejía una cercana amistad personal. Pablo dirá: Todo esto lo hago por amor al Evangelio...me he hecho todo a todos, para salvar a algunos en todas partes.

 

     El imperio sufría una gran decadencia con el emperador Caligula, ya no eran los tiempos de Augusto y Tiberio. La gente se hacia la pregunta ¿Quién será el nuevo emperador? ¿Británico, el hijo de Mesalina o Nerón, el hijo de Agripina?

 

     A estas grandes preocupaciones, los convertidos a la fe de Cristo por la Palabra de Pablo respondían: nosotros tenemos un más alto señor y rey, Jesús es nuestro Rey y Señor.

 

     Claudio había expulsado a los judíos de Roma, y el decreto llegaría pronto a todas las ciudades. Pronto los judíos de Tesalónica desviaron el odio hacia Pablo y los cristianos. Al grito de ¡alta traición! El alboroto callejero va furioso a casa de Jasón, que había escondido a Pablo, Silas y Timoteo. Él, Jasón, hubo de pagar una suma de dinero para dejarlo libre.

 

     En Tesalónica, Pablo encontró a dos grandes colaboradores: Segundo, que le acompaña en su último viaje misionero, y Aristarco que compartió su prisión en Roma.

 

     Salen de Tesalónica y se dirigen a Berea, al pie del Olimpo, una población muy tranquila, donde los principales, hombres y mujeres, recibieron a Cristo. En Berea encontró al joven Sápatro, hijo de Pirro, que se une a la misión de Pablo.

 

     En Berea, Pablo deja a Silas y Timoteo para atender a la comunidad en la fe de Cristo.

 

2.- Pablo llega a Atenas.

 

     Había dejado a sus colaboradores Timoteo y Silas en Berea instruyendo a la comunidad recién fundada. Cuatro días de navegación por el Egeo doblando el cabo de Sunión, allí se levantaba el templo del dios del mar, Poseidón.

 

     Por fin llega al Puerto del Pireo, ya tiene ante sus ojos el Partenón y la ciudad de Teseo y de Palas Atenea.

 

     Palas Atenea es la diosa de la sabiduría con su brillante escudo, la cimera de su casco y su lanza de oro, es una estatua de oro y marfil, obra de Fidias. Atenas es la ciudad de Sócrates, el más sabio de los hombres. Su pensamiento le había llevado hacia aquel ser que es todo inteligencia, poder y bondad. Es un buscador de Dios, en quien está la verdad. De este ser Sócrates se preciaba de ser esclavo. La muerte de Sócrates en aras de sus convicciones, fue algo nuevo y jamás visto en Grecia ¿un preludio del cristianismo?

 

     De la religiosidad de Atenas hablan sus templos, altares, estatuas, esculturas de madera, bronce, mármol, oro, plata y marfil. Petronio decía que era mas fácil en Atenas encontrarse con un dios que con un hombre.

 

     Pablo se encuentra una Atenas en decadencia, ya no es aquella Hélade orgullosa y amante de la libertad y las guerras. Quizás ya solo es un gran museo de arte para los visitantes, y los griegos eran sus custodios y guías de forasteros.

 

     A pesar de su decadencia, ningún romano se tenía por culto si no se había consagrado aquí a los estudios. Era pues indispensable para hombres de letras y armas, haber vivido algún tiempo en Atenas. Cicerón, Ovidio, Horacio y el cortesano poeta Virgilio, habían recibido en Atenas sus más altas impresiones e inspiraciones.

 

     Políticos y estadistas como Cesar, Antonio, Pompeyo, habían realzado la belleza de Atenas.

 

     Pablo desde el puerto del Pireo se dirige al barrio de los alfareros, habitado por artesanos y judíos, alojándose en casa de un judío. Hasta este momento, Pablo no se había encontrado ninguna ciudad de pura cultura griega.

 

3.- Encuentro frontal de Pablo con la sabiduría griega pagana

 

     En uno de los primeros días, Pablo sube a la empinada colina de la Acrópolis, que seguía siendo la imagen mas acabada del arte clásico, y aún parecía una corona real sobre la ciudad de Atenas. En esta corona brilla como joya el Partenón, el templo de Palas Atenea, con la estatua de oro y marfil de la diosa. Como hija de Zeus, el padre de los dioses, era la viva personificación de la sabiduría divina, y con su radiante pureza sobresalía sobre la diosa Afrodita y Dionisos, personificación del culto de los más bajos sentidos. Junto a Palas Atenea destaca el Zeus de Olimpia, también de Fidias. Ante su contemplación, el caudillo romano Emilio Paulo se quedó como paralizado sin atreverse apenas a respirar.

 

     La sensibilidad artística de los griegos sobre la lisura de sus mármoles grabaron la belleza o el presentimiento de la divinidad en forma de belleza. A esta belleza divina cantó Platón.

 

     Tantos altares y dioses para Pablo, educado en el monoteísmo de la Biblia era un tormento para su alma. Sin embargo, lo que más conmovió el espíritu y el corazón de Pablo era la impresión de que allí las más hondas necesidades del corazón humano estaban reducidas a un goce puramente estético. En este mundo hay un dolor al que no puede calmar ningún arte.

 

     Con patetismo francés, Renán comenta esta entrada de Pablo en Atenas: ¡Ya podéis temblar, vosotras, hermosas y puras imágenes de dioses y diosas! Ahí está el hombre que empuñará el martillo contra vosotras. Ha sonado la palabra fatal. ¡No sois más que ídolos! ¡El error de este pequeño y feo judío es vuestra sentencia de muerte!

 

     Jesús, a la vista de la magnificencia de los mármoles del templo de Jerusalén no mostró admiración alguna, sino que profirió estas duras palabras: De todo esto no quedará piedra sobre piedra.

 

     El poeta Schiller comenta: Por causa de una verdad superior, fue preciso que desapareciese aquel mundo de dioses.

 

     Hay ciclos históricos que deben sobreponerse a la absoluta idea de la belleza y el arte, para que se abra camino a una iluminación nueva, que lleva  la humanidad a un despliegue espiritual y cultural nuevo.

 

     La cultura griega se regía por los ojos, y lo que adoraba era la línea bella de la forma humana y de las cosas. Pablo buscaba el alma, y en Atenas no había alma.

 

     Cuando se colocan, una al lado de otra, las obras del arte antiguo y del cristiano, quien las contempla, se maravilla de la falta de alma del arte antiguo y de la profundidad síquica o alma del arte cristiano.

 

     Si el arte pagano no hubiera perecido, no hubiera podido nacer el arte cristiano, en el que el alma es incitada a hablar. Nunca habría habido un Giottto, un Fray Angélico.

 

     La Hélade griega entró por momentos en un camino hacia el Ser, Santo y Verdadero, pero había errado el camino para que el alma alcanzara su fin supremo en el Ser personal divino.

 

     En esta ciudad sin alma, Pablo busca refugio en su coloquio de oración con su Cristo.

 

     Después de varios días, fue a la Sinagoga con un pobre resultado, quizás porque también los judíos se habían vuelto paganos y frecuentaban poco la sinagoga. Esta circunstancia le hace volverse a los paganos, a los filósofos. Este ambiente le era familiar de su tiempo de niño y adolescente en Tarso de Cilicia.

 

     Pues, por las avenidas de palmeras y sauces, que rodean el río Cidno, que atraviesa la ciudad, allí concurría a oír los sabios griegos, que mantenían largos coloquios con sus estudiantes por aquella hermosa ágora de Tarso, ciudad que presenció cuarenta y un años antes del nacimiento de Pablo, la llegada de la reina Cleopatra, vestida de la diosa Afrodita, remontando en su lujoso barco, las aguas del Cidno hasta el desembarcadero principal de la ciudad, donde la esperaba el romano Marco Antonio. También Tarso tuvo el honor de tener de procónsul al orador más importante del senado de Roma: Marco Tulio Cicerón.

 

     Pablo buscaba encuentros oportunos para transmitir lo que le abrasaba el alma. De repente, junto a la esquina de una calle ve un pequeño templo con un altar con esta inscripción: A un dios desconocido.

 

     Era muy común en Atenas y otras ciudades altares con inscripciones votivas, dedicadas a dioses desconocidos.

 

     El apóstol Pablo quiso entender en esta inscripción la oscura ansia de algo superior y mejor de los que conocían los atenienses. Vio un caminar que busca a un verdadero dios por si pudiesen tal vez hallarle.

 

     En tiempos anteriores a Mahoma, el árabe ponía en su boca esta oración: Dios, si supiera cómo debo servirte, lo haría con gusto, pero desgraciadamente no lo se.

 

     En el tiempo de la llegada de Pablo a Atenas, había una gran decadencia religiosa y cultural, apenas quedaba para mostrar a los visitantes: la Academia de Platón, el valle Iliso de plátanos, bajo los cuales Sócrates enseñó  a sus discípulos, el Liceo de Aristóteles, el jardín de Epicuro. Ahora dominaban los siembrapalabras de los estoicos y epicúreos, con su viejo esplendor perdido.

 

     Los griegos, que Pablo se encuentra, gustan de ir a pasear con elegantes bastones por el Ágora, una plaza rodeada de pórticos, templos, bazares y edificios de gobierno, llevaban el cabello y las manos bañadas en agua olorosa, y se ocupaban y entretenían en escuchar a sabios filósofos recién llegados, las novedades políticas y religiosas de todo extranjero.

 

     Para Pablo, como lo fue para Cristo, esta decadencia engominada, que rehuye buscar lo esencial para el alma y el corazón, no le atrajo nada. Más bien le causaba dolor, porque eran gente con las puertas del alma cerradas. Se interesó Pablo más por una reunión de trabajadores del puerto, artesanos y esclavos, pues ellos eran mejor semilla, para hacer florecer el hombre nuevo de la vida nueva en Cristo.

 

     Cuando, por fin, llegan Silas y Timoteo, comenzaron a frecuentar el Ágora y conversaban con los griegos. El Ágora era el centro social y el centro del saber de la ciudad.

 

     Muchos en el Ágora quisieron ver en Pablo un heraldo de dioses extranjeros. Pablo es tratado en el Ágora como un charlatán, que había predicado dos dioses nuevos, Jesús y Anástasis, aunque realmente lo que Pablo había anunciado era a Jesús Salvador y su resurrección (en griego anástasis).

 

     Aquel error, quizás malintencionado fue la ocasión de que casi por la fuerza se presentase en el Areópago, el supremo y venerable senado de Atenas. El Areópago era una corporación de la nobleza, que ejercía de tribunal para todas las cuestiones de religión y moral, cuya autoridad reconocía todo el mundo. Este tribunal se reunía en el Pórtico Real, en el Ágora. Allí Demóstenes había pronunciado sus discursos. Aquí Pablo tuvo su prueba de fuego ante la flor y la nata intelectual de Grecia, ante los profesores y estudiantes, ante quienes debía informar sobre su doctrina, pues este tribunal podía retirar a Pablo la facultad de enseñar.

 

     Pablo solo tenía un objetivo: formar a Cristo en sus almas, colocar en ellas, en lugar del mito de Palas Atenea, saliendo de la cabeza de Zeus, la realidad del eterno Logos, la sabiduría de Dios hecha hombre.

 

     Cuatrocientos años antes estuvo ante este tribunal el más sabio de todos los griegos: Sócrates, el más religioso pensador de Grecia, se había de defender del reproche de impiedad y de introducir nuevas deidades, porque seguía la voz del Logos en su interior y lo enseñaba a sus discípulos. La sentencia injusta lo condenó a muerte. De este modo rígido y severo, el Areópago velaba por las tradiciones  del pasado. Pablo, estaba ante los débiles descendientes de una gran generación de pensadores que no se tomaban en serio su religión, que acabó siendo un interesante tema de conversación.

 

     En el Areópago, Pablo pisa un terreno puramente pagano (no es la sinagoga), por lo que su anuncio cambió de método, y si entre los judíos recurría a la Palabra de Dios; entre los paganos o gentiles recurre a las obras de Dios en la naturaleza, al testimonio que uno mismo tiene de Dis en la conciencia y en el corazón, en la necesidad que los hombres tienen de Dios y en el deseo de ponerse en contacto con la divinidad.

 

     Los oyentes del Areópago, unos pertenecían a la escuela estoica, otros a la escuela de los epicúreos.

 

     Pablo hubo de vérselas con la Stoa griega,con la sabiduría que habla de Dios como la inteligencia propia del universo que a todo le da unidad y acción ( nada que ver con el Dios personal cristiano). El estoico habla del alma como un fluido impersonal que se disuelve en el cuerpo, perdiéndose en el universo. El estoico rechaza la inmortalidad del alma, y cuando habla de la Providencia divina, está hablando del fatal destino. La felicidad se esconde en la conciencia. El sabio Menandro, decía: Para todo mortal, su conciencia es Dios (un anticipo de la critica marxista al Dios cristiano).

 

     El estoico ora, como había enseñado Epicteto: Guíame, oh Zeus, y tú, sabio destino, adonde yo deba estar según vuestra voluntad...Si no quisiera estar, sería un impío, y aún así tendría que seguiros. Acomodarse al Hado diamantino, únicamente esto es ser sabio y conocer a Dios.

 

     Toda una renuncia al espíritu del hombre, resignadamente entregado al innominado y frío ojo de cristal de la inteligencia universal cósmica.

 

     La Stoa no pudo salvar al mundo, que solo puede encontrar salvación en el amor personal.

 

     El segundo grupo de oyentes era el de la escuela de Epicuro, a quien se le ha acusado de ser el símbolo de todo inmoderado anhelo de placeres.

 

     Para los epicúreos, el mundo era obra del acaso, azar. En este mundo cultural se anticipa la fórmula del azar y la necesidad del biólogo Monod en el siglo XX, que presentaba su obra como una originalidad para explicar la realidad de la existencia del cosmos.

 

     Para el epicúreo la dicha y el bienestar es el fin de la vida del hombre. Una máxima dice: Procura solo tu propia felicidad. Vives breve tiempo y estas muerto largo tiempo (Epicuro está vivo y presente hoy en un mundo cerrado a la gracia divina que acontece en Cristo para acompañar y salvar al hombre).

 

     Con estos maestros atentos, el presidente del Areópago concede a Pablo el permiso de hablar con esta pregunta ¿Podemos saber qué doctrina es esta que anuncias?

 

     Pablo toma el discurso culto ante el tribunal y comienza: ¡Atenienses!, veo que sois un pueblo sumamente temeroso de lo divino, dado a la adoración de vuestros dioses.  Con esta introducción se ganó el favor de ser escuchado. Sube la atención, cuando les anuncia la solución del enigma del dios desconocido

 

     Pablo presentó a un Dios universal en el amor por los hombres, no como Zeus olímpico y vuestra Palas Atenea, que únicamente aman a los griegos y desprecian como bárbaros a los otros pueblos.

 

     Pablo permanece en su discurso en el terreno filosófico, en el que hace un verdadero muestreo de la búsqueda de Dios en sus mejores sabios, como Homero, Pitágoras, Píndaro, Aristóteles y el divino Platón. Sin embargo, Dios está tan cerca de nosotros y nosotros estamos en él como dijo vuestro poeta Epiménides: En el vivimos y nos movemos y somos. Unas palabras del poeta  Hölderling reproducen el estado del alma griega: Dios está cerca y es difícil comprender.

 

     Seguidamente Pablo les descubre el íntimo sentido del anhelo de Dios que los alienta, aduciendo unas palabras de Cleantes, gran atleta y después sacerdote de una secta estoica, que en su himno a Zeus, dice: Oh Zeus, ¡Yo te saludo! Que toda carne pueda elevar su voz a ti, pues somos de tu estirpe o linaje. Estas son las palabras que Pablo recuerda en su discurso del cantor del himno: Pues nosotros somos de su linaje.

 

     Mientras Pablo permanece en el discurso filosófico o cultural la asamblea escucha callada y atenta pues estas cosas las habían leído en su divino Platón.

 

     Pablo plantea la edad pueril que los griegos tienen aún del verdadero Dios, lo que produjo alarma en los oyentes, porque nunca un bárbaro (un no griego) se había atrevido a reconvenir  de ignorante al pueblo mas culto de la tierra. Pablo percibe la inquietud de los oyentes pero continúa: Que el Dios que él anuncia ha de juzgar al mundo con rectitud por medio de aquel varón constituido por Él  (Jesús), dando de esto a todos una prueba cierta, con  haberle resucitado de entre los muertos. Pablo ha pronunciado lo inaudito: ¡la resurrección de entre los muertos! Estalla una risotada, y le dicen: ¡Basta de palabras! Pablo no puede continuar su discurso, y aún no había pronunciado el nombre de Jesús. Con ironía se levanta la sesión e invitando a Pablo a hablar otra vez con el  ¡Desearíamos de buena gana oírte otra vez!

 

     Pablo salió de en medio de ellos con el sentimiento de que su experiencia en el Areópago había sido un fracaso. Decide no hablar más de la sabiduría griega, sino únicamente de Cristo y de la locura de la Cruz, locura del amor de Dios por el hombre.

 

     Cuando Pablo sale pensativo, nota que le siguen. Se vuelve y encuentra la mirada apacible de Dionisio, miembro del Areópago. También una mujer envuelta en manto negro, y detrás de su velo se ven unos ojos profundos y pensativos, era Dámaris y algunos más. Así nació la comunidad cristiana ateniense con miembros del altísimo tribunal del Areópago. De esta comunidad fue su obispo Dionisio el Areopagita.

 

     Atenas era una ciudad cerrada sobre su apolíneo afán de belleza, y ocultó su alma para empresas más altas en el desarrollo de su espíritu y corazón.

 

     Queda Atenas simbolizada en el hermoso Narciso, que se contempla en la fuente pública, enamorándose de su propio rostro, pues este es el genio de Grecia. Esta ciudad no le interesa la verdad, se deleita solamente en los goces de la actividad intelectual. Estos griegos habían cultivado todos los dones de la inteligencia pero a expensas del corazón, de la fuerza del amor. Goethe reclama también el corazón, frente al genio griego cuando dice: En nuestro pecho anida un deseo puro de entregarse a un ser más alto, puro, desconocido, voluntariamente y por agradecimiento.

 

     Grecia buscaba un Dios, que no encontró tampoco en los misterios de Eleusis, de Atis y Adonis, donde los griegos celebraban la muerte y resurrección de un dios en medio de un delirante y repugnante espectáculo de grandes orgías nocturnas, a las que concurrían las mujeres, normalmente recluidas en el hogar, para vivir el desenfreno de los sentidos.

 

     Atenas era escéptica profundamente, superficial, y estaba enamorada de si misma. Renán con orgullo escéptico escribe: Atenas fue el último baluarte de la filosofía pagana contra el cristianismo.

 

     Ernest Curtius, conocedor de la antigüedad, afirma que el discurso de Pablo en el areópago es una de las páginas más importantes de la historia de la humanidad.

 

     Otro gran historiador, Gregoravius, sentencia: Ninguna aparición de un mortal en Atenas, en el cual haya tomado cuerpo una idea de alcance mundial, es tan digna de tenerse en cuenta como la del Apóstol Pablo.

 

     En los anales de las misiones cristianas no hay ninguna acción tan atrevida como el discurso de Pablo en Atenas, la Acrópolis del paganismo, rodeada todavía en aquellos tiempos por el brillo esplendoroso de las artes y de la literatura.

 

     Finalmente Pablo llega al barrio de los alfareros para descansar en su pobre albergue.

 

     Los últimos siete filósofos atenienses fueron expulsados por un edicto del emperador Justiniano, hacia Persia, donde encontraron asilo en la corte del rey Cosroes.

 

      ¡Así pasa la gloria de un mundo!

 

     Con todo afecto a la Hermandad de Nuestra Señora de la Hermosa y el agradecimiento personal a su Hermano Mayor D. Francisco Miranda Pagador.