Hermandad de Ntra. Sra. de la Hermosa    

           Septiembre 2011. Fuente de Cantos

 
 

anterior

Indice

siguiente

 
 

 

 

¡Dios mío, qué solos

se quedan los templos!

 

Alberto Villalba Acuña

____________________

 

            Me permito apoyarme en el genial G. A. Bécquer para hablar de la soledad de los templos. Una soledad majestuosa, imponente, sobrecogedora, debido a la enorme fábrica en sí, pero no menos y quizás más importante  su quietud, su silencio, su paz. Paz, nunca mejor dicha ni mejor sentida hasta tal punto que se convierte en refugio de quien necesita sosiego en su alma y en su vida.

 

            El templo para los cristianos, debería ser algo así como el “terapeuta” espiritual, el confesor mudo que te prepara para que tú mismo encuentres respuestas a tus preguntas. Ciertamente es muy gratificante entrar alguna vez que otra en un templo y refugiarte en esa soledad de la que he hablado anteriormente; no importa si estamos de rodillas, sentado o de pié, el caso es “estar”, meditar, hablar, preguntar, pedir o dar gracias por alguien o por algo  que lo ha necesitado.

 

            El hecho de entrar en un templo, iglesia o ermita debería convertirse en una práctica habitual. No hay que tener reparos ni vergüenza por el qué dirán; debe ser un acto más de nuestra vida. Lo hacemos al entrar en un bar, ir al futbol, cine o teatro, de visita a los amigos, para relajarnos o cumplir con un deber social; por qué no en un templo. Os aseguro que hacerlo, buscar el silencio, la quietud, el recogimiento y sin hablar, porque Dios te está escuchando y tú mismo te preguntarás y te contestarás y saldrás de él reconfortado, como si hubieras hecho un repaso a tu alma y a tus actos. Saldrás más cristiano, más bueno, más humano.

 

            Recuerdo cuando era niño, a muchas mujeres (entre ellas mi madre) rezando a la puerta de la Hermosa, al caer la tarde y me preguntaba por qué rezaban, por qué van a la puerta de una iglesia cerrada. Por aquellos años las necesidades eran muchas, materiales y espirituales, sobre todo las primeras y muchas de estas mujeres sólo encontraban consuelo, a medias, en esas simples oraciones y peticiones salidas de lo más profundo de sus almas.

 

            Rezar, rezar, que como dice el catecismo es hablar con Dios y pedirles mercedes. Y diría más; rezar también debe ser dar gracias a ese Dios al que tanto pedimos y qué poco damos.

 

            Para terminar visitar un templo debe ser y sentido de corazón, en la seguridad de que poco a poco algo cambiará en nuestras vidas, en nuestra manera de dar las gracias a Dios.