Mis recuerdos
Carmen Miranda Pagador ______________________
A pocos metros de la ermita de La Hermosa viví, desde los años blancos de mi infancia y crecí sintiendo y llenándome de alegría con la dulce mirada de la Madre. Quiero compartir mis recuerdos con todos. Recuerdos de tantas cosas y situaciones tan agradables, bonitas, alegres y tan llenas de vida.
Me veo con muy pocos años con mis amigas “de la carretera” disfrutando en la ermita de La Hermosa de las celebraciones que se hacían antes de Navidad que se llamaban “las jornaditas”. Íbamos ilusionadas a escuchar los villancicos que cantaban en el coro con panderetas que nos llenaban de alegría navideña.
¡Y las fiestas de La Patrona! Eran los días más alegres y gratificantes, no ya para los jóvenes y mayores sino también y especialmente para la gente menuda. La ermita se llenaba en los días de la Novena. Todo el pueblo, en los actos religiosos, en la calle y en su corazón, rendían culto y devoción a la Patrona y Ella, guapa y majestuosa, en su día grande, paseaba con sus hijos por las calles de su pueblo.
El acto lúdico mas concurrido de las fiestas ha sido y es “La Puja”. Gran cantidad de regalos de distinta clase y valor donados por los devotos, se pujaban creando, a veces, situaciones emocionantes cuando distintos pujadores tenían especial interés en llevárselo.
De la Puja refresca mi memoria un recuerdo familiar que se daba cada año. Cuando se llevaba el regalo de casa preguntaba yo a mi padre: ¿qué precio de salida le ponemos? Y siempre la misma respuesta: Pónselo baratito, hija, no sea que no lo puje nadie y tengamos que pagar nosotros el precio se salida. 1
Otro de los actos más celebrados y concurridos eran, y son aun los fuegos artificiales que, en el campo de mis recuerdos, veo cómo se quemaban en el paseo Zurbarán y cómo iluminaban y atronaban la noche de la víspera del día de La Patrona.
No “cabía un alfiler” entre el gentío que celebraba la siempre vistosa, colorista y ruidosa traca. Había que adelantarse con bastante tiempo para conseguir un lugar en los veladores del bar de mi casa, que llenaban la explanada frente al paseo, sitio ideal para disfrutar plenamente de “los fuegos”.
Además de las sillas propias de los veladores, todas las sillas de casa teníamos que sacar ante la insistencia de amigos y conocidos. ¡Hasta las descalzadoras del dormitorio de mis padres teníamos que llevar a la terraza!
Los días previos a la noche “de los fuegos” eran de intenso y agotador trabajo para todos los de casa y especialmente esa noche para poder contentar a todos.
Recuerdo de manera especial a mi madre por su trabajo “en la sombra”, (léase cocina) de kilos y kilos de cochinillo cocinaba las tan solicitadas “tapas de guarrito” que se tomaban en Cá Miranda.
“Demasiado trabajo, mucho cansancio, para tan pocas horas”, decía mi padre. Pero al final todos nos sentíamos satisfechos por haber contribuido con nuestro trabajo a un buen rato de contento y alegría para todos. Tan poco tiempo que duraban “los fuegos” y tantas horas de trabajo, como decía mi padre, no se correspondían con los beneficios.
Recuerdo cómo todos los años, durante los días de la novena puntualmente, a las cinco de la mañana, me despertaban las campanas de la ermita con ese tañido tan especial, inconfundible y alegre.
Destaca entre mis recuerdos el 8 de septiembre, el día grande de las fiestas, cuando todos los fuentecanteños vemos salir a la Virgen de su ermita con el manto tan precioso y laborioso que luce, manto que muchas manos de fuentecanteñas confeccionaron en el taller de bordados que dirigía, con sumo gusto y elegancia, la hermana Amor de Dios y del que salían primorosas labores. En él bordé yo una colcha que cuando alguien la ve me dice. ¡Qué colcha tan bonita!
Muchos, muchísimos recuerdos de momentos vividos ante la Virgen en su ermita que no sabría cómo explicar. Algunos tristes, muy tistes como la despedida a seres muy queridos que permanecen siempre presentes y fijos. Otros llenos de vida, muy agradables y alegres como el día de mi boda, la primera comunión del menor de mis hijos, la presentación de mis nietos, el pregón de mi esposo en las fiestas de 1.989 y el de mi hijo Paco dieciséis años después en 2007.
Estos y otros muchos recuerdos son una parte muy importante de mi vida y creo haber sabido transmitir a mis hijos mi amor y devoción a la Virgen de la Hermosa.
(1 Era norma establecida que los regalos volvían al donante con esta condición)
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