Hermandad de Ntra. Sra. de la Hermosa    

           Septiembre 2011. Fuente de Cantos

 
 

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Somos instrumentos de Dios

 

Fernando Vázquez Macarro

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      Me decía mi amigo Luis:

 

      - “No sé si estoy pecando de soberbia o de vanidad, pero la verdad es que me siento muy feliz. Doy gracias a Dios por haberme utilizado como instrumento para que un alma se haya ido al cielo. El Espíritu Santo sopla dónde quiere, a mí aquella hermosa mañana de domingo, sobre las once me inspiró de forma especial.”

 

      Sin saber aún a que se refería le dije:

 

      - Luis pero ¿de qué estás hablando?, me quieres contar ¿qué te pasó el domingo?.

Y comenzó su relato:

 

      - El domingo pasado fui a misa de diez, y al salir me fijé en dos sacerdotes que estaban solos dentro de sus confesonarios leyendo sus breviarios esperando a que alguien fuera a confesarse. Al salir de la iglesia de forma inesperada me crucé con un antiguo compañero del trabajo, al que hacía mucho tiempo que no veía. Tras saludarnos e interesarnos por nuestras familias, le pregunté, -¿vives por aquí?.

 

      - No- contestó- vivo en otro barrio, esta mañana he salido a pasear y me he dicho: ¡a ver si me encuentro alguna cosa buena!

 

      En aquel momento me acordé de los sacerdotes que estaban solos en sus confesonarios y como si me diera un vuelco el corazón le dije todo animado:

 

      - Yo te ofrezco esa cosa buena.

 

      Algo sorprendido contestó:

 

      - Luis, que era una forma de hablar; una simple expresión,… voy a seguir caminando  un rato más y me voy  para casa.

 

      - Me parece muy bien, pero antes vamos a “por esa cosa buena”. Le cogí del brazo amablemente y nos fuimos a la Iglesia,..

 

      - Pero Luis, dónde me llevas…?

 

      Sin titubeos y de forma directa (aún no me explico mi comportamiento) le pregunté

 

      - ¿Hace tiempo que no te confiesas?....

 

      - Sinceramente si….

 

      - Pues mejor que mejor, ahora puedes aprovechar para hacerlo

 

      Al principio se resistía diciéndome que era un liante pero después fue entrando en razón y no le pareció del todo mal. Ya en la Iglesia le facilité uno de los folletos que había en una mesita cuyo título era “Para hacer una buena confesión”. Mientras tanto me acerqué al sacerdote y le dije que un amigo mío quería confesarse que por favor le ayudara ya que hacía mucho tiempo que no acudía al sacramento del perdón. La verdad es que estuvo bastante tiempo, pero mi amigo salió del confesonario con un rostro sonriente y lleno de paz, salí a su encuentro y le pregunté :-¿qué tal?. Dándome un abrazo, todo emocionado me dijo: - Estupendo, gracias por animarme a que me confesara. ¡Cuánto me alegro de haberme encontrado contigo!.

 

      Se quedó a escuchar misa, y aunque yo ya había asistido me quedé acompañándolo. A la salida le propuse tomarnos un aperitivo, pero no aceptó ya que se le hacía tarde. Nos despedimos dándome una vez más las gracias y quedamos en vernos con más frecuencia.

Habían pasado tres días  del inesperado encuentro cuando, hablando con un amigo común me comentó entre otras cosas  lo afectado que se encontraba por el repentino fallecimiento de Paco;, un infarto había acabado con su vida….”- Paco..??, nuestro antiguo compañero, el que me había encontrado el domingo pasado?…

 

      De momento no supe reaccionar, me parecía mentira  y lleno de tristeza y sin salir de mi asombro le dí gracias a Dios por ese encuentro de hace unos días y por todo lo que  había sucedido,… Paco estaba en el cielo, junto al Señor y la Virgen, de eso estaba seguro y le pedí ayuda, sabía que me estaba escuchando”.

 

      He contado esta anécdota tal y como sucedió, con un final algo triste si lo miramos  de modo humano pero si lo miramos de tejas para arriba, es alentador y maravilloso….; no he contado esto para crear miedo y que salgan rápido a confesarse por si nos da un infarto, no, ni mucho menos, ni creo que nadie lo vaya a tomar así, ya que pienso que toda persona creyente sabe que estamos en la tierra de paso y que nuestro destino es el cielo, cómo, cuándo y dónde… Eso sólo lo sabe Dios.

 

      El gran drama de  nuestro tiempo es que casi se ha borrado la moción de pecado porque el hombre se ha puesto en lugar de Dios para decidir lo que es bueno y lo que es malo y se vive sin tener en cuenta los Mandamientos  de la Ley de  Dios, con una religión a la carta , cómoda y falsa según nos convenga y a veces se oye decir: “como yo no robo ni mato, para qué confesarme? Y se comulga tranquilamente sin remordimiento de conciencia sin tener en cuenta que hay ocho mandamientos más.

 

      El cristiano debe aprender a llamar pecado al pecado y a no llamarle liberación y progreso y ser consciente que el sacramento de la confesión sigue existiendo y existirá siempre, y pensar que uno no necesita confesarse puede ser un síntoma de tibieza porque supone el considerarse suficientemente bueno y sin pecado.

 

      En una de las audiencias públicas de Juan Pablo II, al pasar por delante de un matrimonio, la mujer le manifestó: - “Santidad, dígale a mi marido que se confiese, lleva   años sin hacerlo”. El Pontífice le miró y le dijo: “¿Qué  mal se está lejos de Dios?”.

 

      Hay que provocar las conversaciones apostólicas  del modo más oportuno dejando de lado falsos temores. Hay que insistir sin miedo, como lo hizo mi amigo Luis y como debiéremos hacerlo todos con el convencimiento de que somos instrumentos de Dios, pues al final de nuestros días se nos pedirá estrecha cuenta de cómo hemos sabido ser sal y luz en medio del mundo, y de cómo hemos ejercitado los talentos que El nos ha entregado a cada uno de nosotros.

 

      Quiero insistir, una vez más, que hemos de aprovechar todas las ocasiones de apostolado y sobre todo llevar a familias, amigos y conocidos al sacramento de la confesión. Viene a mi mente aquella escena del  Evangelio, la del paralítico que aguardaba junto a la piscina Probática para curarse y no tenía a nadie que la ayudase. Sintamos cada uno la responsabilidad de ayudar y que nadie nos pueda reprochar: “nadie me animó ni me ayudó a hacer una buena confesión”.

 

      Termino dirigiéndome a Nuestra Señora, la Virgen de la Hermosa, con gran devoción y cariño, para que nos conceda a todos los fuentecanteños todo lo mejor y acudamos mucho al sacramento del perdón y de la alegría, para que con el alma limpia recibamos a Jesucristo, su Hijo, pues será el mejor regalo que le podemos dar a Nuestra Madre la Virgen en el día de su Fiesta.