Hermandad de Ntra. Sra. de la Hermosa    

           Septiembre 2011. Fuente de Cantos

 
 

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Carta a Paco y Rafael

 

Juan Ramírez García

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             Queridos amigos Paco y Rafael:

 

            He recibido, como todos los años, vuestra carta invitándome a escribir para la revista anual.

 

            Siento comunicaros que este año no me va a ser posible complaceros porque no he encontrado temas ni anécdotas que contar y, por otro lado, la inspiración no me ha sido propicia. Creedme, de verdad, que lo he intentado.

 

            En un principio quise escribir algo de la inmaculada espadaña de la ermita,  que parece recoger con su deslumbrante altanería, las oraciones, los deseos y todos los afanes de los fuentecanteños y los manda al Cielo donde los recibe nuestra Virgen de la Hermosa, que se ocupa de atender las súplicas como una Madre amorosa. Como no soy historiador, no podía decir nada de su arquitecto, tan sólo me salía la vena folklórica y recordé unos versos que escribí en tiempos ha para un pasodoble a Fuente de Cantos:

 

Coronaste por Patrona

a la Virgen de la Hermosa,

bendita Madre de Dios,

con su blanco campanario,

una perla del Rosario

que el cielo te regaló.

 

            Pero eso no me valía, como tampoco escribir sobre el mítico concierto de campanas de Manolo “El Chato”, ni del actual repique, no menos primoroso de Joaquín Rodríguez, porque eso ya lo he escrito en otras ocasiones.

 

            Tenía también puesta la esperanza en que un domingo cualquiera en la Misa de doce, a la que suelo acudir, cuando entrara en la ermita y me viese rodeado de tantas obras de arte y del misticismo al que invita todo su interior, la musas me fueran propicias para escribir, pero de que vi el templo abarrotado de fieles, la mayoría de ellos niños y niñas, que cantaban las canciones que les enseñan los Padres Borreguero y Panea, no reparaba en los altares de la Virgen de los Dolores, de San Antón, de la Aparecida, del Nazareno ni en  el de la imposición de la Casulla a San Ildefonso, que es mi preferido. El canto de los niños y niñas me hizo concentrarme en la Santa Misa y contemplaba los cuadros de los Misterios del Rosario y  los de los Evangelistas como un auténtico zombi, para mí esas maravillas pictóricas, con el indudable valor artístico que tienen, era secundario. Sólo me impresionaba el canto de los niños en los  que ponían toda su fe, que se hacía perceptible en sus caritas tan expresivas.

 

            Me concentré en el maravilloso retablo del Altar Mayor, y sobre todo en la figura de nuestra Patrona y estuve a punto de caer en un arrobamiento místico de esos que hacían levitar a los ascetas, pero los cantos de los niños volvían a acaparar toda mi atención. Era imposible pensar algo para escribir. Tímidamente comencé a cantar ayudado por los papeles que una amable catequista había puesto en mis manos, ¡adiós inspiración!. Tuve que poner freno a mi voz, que se me antojaba incoherente con la maravillosa sintonía de voces blancas y preferí seguir escuchándolas. Aquellas voces de niños y niñas me traían gratos  recuerdos de tiempos  no tan lejanos de mis vivencias como Maestro.

 

            Cuando acabó la Santa Misa pensé: ¿De qué voy a escribir ahora?  Los niños y niñas buscaban la salida ajenos a que me habían quedado sin artículo para la revista. Enfilé la calle de La Hermosa camino de mi casa intentando pensar en otro tema…pero ¡nada!

 

            ¿Por qué no escribo algo de la procesión?... anda, Juan, me dije, si eso ya lo ha hecho mucha gente, incluso tú mismo.

 

            Y eso que aparecía en mi mente la imagen de la Virgen en su trono de plata saliendo de la ermita, recibiendo los últimos rayos de sol de la tarde y que, reflejados en su cara, la hacían aún más radiante y hermosa. Evoqué también la fervorosa salve que todos los años le cantan los peregrinos de un pueblo sevillano, el acompasado caminar del trono mecido por los esforzados costaleros al son de la Banda de Música, que suena de maravilla bajo la batuta de Benjamín Barrado,  el paso de la Virgen por el Altozano, abarrotado de fieles… Pero de pronto todas aquellas imágenes tan emotivas fueron eclipsada de nuevo por los niños y niñas, en este caso por los bebés: imaginaba a los más pequeñines en brazos de sus padres mirando absortos el paso del trono, y cómo aquellos pequeños, que días atrás fueron presentados y puestos a los pies de nuestra Patrona, se llevaban su manita a la boca y tiraban un beso a la Virgen mientras  no se perdían detalle de lo que estaban viendo y escuchando. Pensé por un momento que tantos años de docencia me llevaron a una deformación profesional y sólo veía niños por todos lados, pero merecía la pena. Lo mejor de nuestro pueblo: los niños, niñas y  bebés en perfecta comunicación amorosa con nuestra Patrona. Era la imagen que permanecía en mi mente y me impedía de nuevo  pensar en mi artículo de este año.

 

            ¡Qué le vamos a hacer!, me decía resignado. ¿Y si escribo sobre la Puja? Pero ¿qué voy a decir?, si ya he escrito muchas veces del tema, y bastante tiene la gente con aguantar durante dos noches  mis letanías de euros a la una, a las dos y a las tres, para tener que hacerlo ahora también leyendo la revista. Además, corría el riesgo de que apareciera en mi mente de nuevo  la figura de los niños y niñas que se sientan en primera fila y disfrutan sobre todo cuando saco  los pollos de mi amigo Alfredo. Recuerdo que a uno de esos niños le dediqué un soneto, que publicó la revista hace años.

 

            ¿Pero qué digo?, ¡un soneto! ...¡Ya está!, pero ¿cómo no se me había ocurrido antes?

 

Quise hacer a la Virgen un soneto,

pero tampoco llegó la inspiración,

no podía caer en desesperación,

y debía superar el nuevo reto.

 

Me sentí fracasado, mal, inquieto,

y a pesar de que tenía buena intención,

mi pobre pluma no halló la solución

y no logré hilvanar ni un mal cuarteto.

 

Algo escribí de su cara preciosa,

con las mucha virtudes que Ella tiene,

le tenía que decir más de mil cosas,

 

me dolían, de pensar, hasta las sienes.

Perdóname también, Virgen Hermosa,

el soneto saldrá el año que viene,

 

con estrambote, si es que Dios lo quiere.

 

 

            ¡Bueno!, amigos Paco y Rafael como podréis comprender este año no ha podido ser y os ruego me perdonéis. Espero que los lectores no echen de menos mi modesto trabajo de todos los años.

            Un abrazo.