Esta es la foto familiar de entonces.
Los que están aparentan
a ser felices.
Sin embargo hay un aire,
planeador, acechante,
en donde se conjuga la pobreza
y el desencanto.
Se hizo unos años antes
de que naciera yo; antes, incluso.
de que el pueblo empezara a desangrarse
por el sur.
Son gente nuestra, todas
las de la foto.
Ante el postigo de la casa,
como fuera de sí,
nuestros mayores.
Su indefinible edad, su porte ascético
sereno y paternal.
Tan puestos y arrogantes los mayores…
Delante junto, al tierno
rubor de las mujeres, los chiquillos
incendiados se Dios
con su ensayada
sonrisa del momento.
(Arcángeles, aún,
de pana y muselina
en falsos paraísos.)
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Ninguno está aquí ya. Qué lástima,
los pobres.
Ni siquiera la voz que nos contaba
quién era cada uno y cual su historia…
Todo ha sido cuestión
de tiempo.
Nosotros los Quiñones, no perdemos
la pinta
Algunos heredamos de esta casta
además de la tez y los cabellos
rizados
la expresión agriodulce, la estatura,
los ojos chicos y la forma
de andar y ser.
Enfrente de estas fotos,
quiero decir
enfrente de estos rostros de ayer,
tuvo que haber un cielo
que no aparece
y al que todos miran.
Un cielo más o menos
lejano
difícil de guardar o asir,
esmerilado y claro
míticamente protector.
Un cielo que, tal vez,
de tan hermoso y cálido,
No fuera.
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