Hermandad de Ntra. Sra. de la Hermosa    

           Septiembre 2009. Fuente de Cantos

 
 

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Doctrina Católica sobre el aborto

 

 

Tobías Medina Cledón

 

Rector emérito del Santuario de la Piedad. Almendralejo

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  Se escribe y se habla mucho hoy sobre el aborto. La actualidad del tema nos brinda la ocasión de remontarnos a la historia para recordar desde cuando y como la Iglesia  comenzó a defender la vida del no nacido. La Biblia nunca habla del aborto voluntario y, por tanto, no contiene condenas directas y específicas sobre él. Sin embargo, presenta de tal forma al ser humano en el seno materno que exige lógicamente  que se extienda también a este  caso el mandamiento divino “no matarás”. Leemos en el libro de Jeremías: “El señor me habló así: Antes de formarte en el vientre  te conocí; antes de que salieras del seno te consagré y te constituí profeta de las naciones”: Palabras que denotan claramente que la existencia de cada individuo está, desde el principio,  en el designio de Dios. Acentos de reverente admiración ante la intervención de Dios aparecen en los  salmos y es emocionante el testimonio de la madre de los siete hermanos Macabeos que, ante el martirio de sus hijos, les exhorta: “No sé cómo habéis aparecido en mi seno ni fui yo quien os regaló el espíritu y la vida, ni organicé yo los elementos de cada uno (…) el Creador del mundo modeló al hombre en su nacimiento.”

 

  En el N.T. el valor de la persona desde su concepción es celebrado vivamente en la visita de la Virgen María a su prima Isabel entre los dos niños que llevan en su vientre. El niño Juan salta de gozo en el seno de Isabel ante la presencia del niño Jesús, presente ya en el de María.

 

  La Tradición cristiana es clara y unánime desde el principio hasta nuestros días al considerar el aborto como un desorden moral  particularmente grave. En el mundo greco-romano que aceptaba el aborto y el infanticidio, la primera comunidad cristiana se opuso radicalmente, con la doctrina y con la práctica, a esta bárbara costumbre. En la “Didaje” se ordena: “No matarás al hijo en el seno de su madre ni quitarás la vida al recién nacido”. Entre los escritores eclesiásticos, Atenágoras recuerda que los cristianos consideran como homicidas a las madres que recurren a medicinas abortivas porque los niños, aún estando en el seno, “son ya objeto de la providencia de Dios”,  y Tertuliano afirma: “Es un homicidio anticipado impedir el nacimiento; poco importa que se suprima el alma ya nacida o que se  la haga desaparecer en el nacimiento. Es ya un hombre aquel que lo será”.

 

  A lo largo de su historia, bimilenaria ya, esta misma doctrina ha sido enseñada por la Iglesia continuamente. Incluso las discusiones científicas sobre el momento preciso de la infusión del alma espiritual nunca han provocado dudas sobre la condena moral del aborto. Juna Pablo II, en la encíclica Evangelium vitae, dice: “Entre todos los delitos que el hombre puede cometer contra la vida, el aborto voluntario presenta características que lo hacen particularmente grave e ignominioso. El Concilio Vaticano II lo define, junto con el infanticidio, como un crimen nefando”. Y en su primera visita a España gritaba a los cuatro vientos:”No se puede matar a un ser indefenso”.

 

  La disciplina de la Iglesia, desde los primeros siglos, castigó con sanciones penales a los abortistas y el Concilio de 1917 establecía para el aborto la excomunión, pena que el nuevo, de 1983, mantiene: “Quien procura el aborto, si este se produce, incurre en excomunión automática. Esta excomunión afecta a todos los que cometen este delito conociendo la pena, incluidos también aquellos cómplices sin cuya cooperación el delito no se hubiera producido”. Hasta que no se reciba la absolución sacramental, que debe ser impartida por un sacerdote debidamente autorizado, las personas afectadas por la excomunión, no deben celebrar ni recibir los sacramentos. La pena de la excomunión de la Iglesia tiene como fin hacer plenamente conscientes a todos  de la gravedad de un cierto pecado y favorecer una adecuada conversión y penitencia.

 

  Celebraría que estas líneas hayan servido para aclarar las conciencias de mis lectores Así lo pido a Dios, por medio de la Virgen María que, como madre, fue sagrario de Jesús durante nueve meses.