Hermandad de Ntra. Sra. de la Hermosa    

           Septiembre 2009. Fuente de Cantos

 
 

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El rosario de la Virgen María

 

Resumen de la Carta Apostólica

ROSARIUM VIRGINIS MARIAE

del Sumo Pontífice JUAN PABLO II

Al episcopado, al clero y a los fieles

sobre el Santo Rosario

 

Ana María del Niño Jesús de Praga

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El Rosario de la Virgen María difundido gradualmente en el segundo Milenio bajo el soplo del Espíritu de Dios, es una oración apreciada por numerosos Santos y fomentada por el Magisterio. En su sencillez y profundidad, sigue siendo también en este tercer Milenio apenas iniciado una oración de gran significado, destinada a producir frutos de santidad. Se encuadra bien en el camino espiritual de un cristianismo que después de dos mil años, no ha perdido nada de la novedad de los orígenes y se siente empujado por el Espíritu de Dios  a “remar mar adentro”, para anunciar, más aún, proclamar a Cristo como el Camino, la Verdad y la Vida.

Se distingue por su carácter mariano, es una oración centrada en la cristología. En él resuena la oración de María. Con él, el pueblo cristiano aprende de María a contemplar la belleza de rostro de Cristo y s experimentar la profundidad de su amor. Mediante el Rosario el creyente obtiene abundantes gracias, como recibiéndolas de las mismas manos de la Madre del Redentor.

A esta oración le han atribuido gran importancia muchos de mis predecesores. Un mérito particular a este respecto corresponde a León XIII que, el 1 de septiembre de 1883, promulgó la Encíclica Supremi apostolatus officio, indicándola como instrumento espiritual eficaz ante los males de la sociedad. Entre los Papas más recientes que, en la época conciliar, se han distinguido por la promoción del Rosario, deseo recordar al Beato Juan XXIII, y sobre todo, a Pablo VI, que en la Exhortación Apostólica Marialis cultus, subrayó el carácter evangélico del Rosario.

Yo mismo, después, no he dejado de pasar ocasión de exhortar a rezar con frecuencia el Rosario. Esta oración ha tenido un puesto importante en mi vida espiritual desde mis años jóvenes. El Rosario me ha acompañada en loa momentos de alegría y tribulación. A él he confiado tantas preocupaciones y en él he encontrado siempre consuelo. Hace veinticuatro años, después de la elección a la Sede de Pedro, como abriendo mi alma , me expresé así: “El Rosario es mi oración predilecta. ¡Plegaria maravillosa! Maravillosa en su sencillez y en su profundidad. Se puede decir que el Rosario es, un comentario–oración sobre el capítulo final de la Constitución Lumen gentium del Vaticano II, que trata de la presencia admirable de la Madre de Dios en el misterio de Cristo y de la Iglesia. El trasfondo de las Avemarías pasan ante los ojos del alma los episodios principales de la vida de Jesucristo. El Rosario en su conjunto nos ponen en comunión vital con Jesús a través del Corazón de su Madre. Al mismo tiempo nuestro corazón puede incluir en estas decenas del Rosario todos los hechos que entraman la vida del individuo, la familia, la nación, la Iglesia, y la humanidad.

Con estas palabras, mis queridos Hermanos y Hermanas, introducía mi primer año de pontificado en el ritmo cotidiano del Rosario. Hoy, al inicio del vigésimo quinto año de servicio como sucesor de Pedro, quiero hacer lo mismo. ¡Cuánta gracias he recibido de la Santísima Virgen a través del Rosario, en estos años: Magnificat anima mea Dominum! Deseo elevar mi agradecimiento al Señor con las palabras de su Madre Santísima, bajo cuya protección he puesto mi ministerio petrino: ¡Totus tus!.

            He invitado al Pueblo de Dios a caminar desde Cristo, he sentido la necesidad de desarrollar una reflexión sobre el Rosario,... para exhortar a la contemplación del rostro de Cristo en compañía y ejemplo de su Santísima Madre. Recitar el Rosario es en realidad contemplar con María el rostro de Cristo. El Rosario, comprendido en su pleno significado, conduce al corazón mismo de la vida cristiana; para la contemplación personal, la formación del Pueblo de Dios, y la nueva evangelización.

Como puntualizó Pablo VI, esta oración no sólo no se opone a la liturgia, si no que le da soporte, ayudando a vivirla con plena participación interior. Hay quien teme que sea poco ecuménica por su carácter meramente mariano. En realidad, se coloca en el más límpido horizonte del culto a la Madre de Dios, tal como el Concilio lo ha establecido; al centro cristológico de la fe cristiana. De modo que mientras es honrada la Madre, el Hijo sea debidamente conocido amado y glorificado, el Rosario es una ayuda , no un obstáculo para el ecumenismo.

            Pero el motivo más importante para volver a proponer con determinación la práctica del Rosario es por ser un medio sumamente válido para favorecer en los fieles la exigencia de contemplación del misterio cristiano, que he propuesto en la Carta Apostólica Novo milenio ineunte como verdadera y propia “pedagogía de la santidad”, es necesario un cristianismo que se distinga ante todo en el arte de la oración. Es más urgente que nunca que nuestras comunidades cristianas se conviertan en auténticas escuelas de oración. El Rosario es una oración típicamente meditativa y se corresponde con la “oración del corazón” u “oración de Jesús”.

            Algunas circunstancias históricas ayudan a dar un nuevo impulso a la propagación del Rosario. Ante todo, la urgencia de implorar de Dios el don de la paz. Promover el Rosario significa sumirse en la contemplación del misterio de Aquel que “es nuestra paz”. No se puede recitar el Rosario sin sentirse implicados en un compromiso concreto de servir a la paz, con una particular atención a la tierra de Jesús. Otro ámbito crucial de nuestro tiempo, que requiere una urgente atención y oración es el de la familia, amenazada cada vez más por fuerzas disgregadoras... que hacen temer por el futuro de esta fundamental e irrenunciable institución y con ella, el destino de toda la sociedad. Fomentar el Rosario en las familias cristianas es una ayuda eficaz para contrastar los efecto  desoladores de esta crisis actual.

            Numerosos signos muestran cómo la Santísima Virgen ejerce también hoy, precisamente a través de esta oración, aquella solicitud materna para con todos los hijos de la Iglesia que el Redentor, poco antes de morir, le confió en la persona del discípulo predilecto: “¡Mujer, ahí tienes a tu hijo!”. Entre el siglo XIX y XX, ha hecho notar su presencia y su voz para exhortar al Pueblo de Dios a esta forma de oración contemplativa. Deseo en particular recordar, por la influencia que conservan en la vida de los cristianos y por el acreditado reconocimiento de la Iglesia, las apariciones de Lourdes y Fátima, cuyos santuarios son meta de numerosos peregrinos, en busca de consuelo y de esperanza. El Rosario ha contado con el meollo cristológico y contemplativo y particular aliento  y apoyo en León XIII, el “Papa del Rosario”.

             La escena evangélica de la transfiguración de Cristo, en la que los tres apóstoles Pedro, Santiago y Juan aparecen como extasiados por la belleza del Redentor, puede ser considerada como icono de contemplación cristiana.  Fijar los ojos en el rostro de Cristo hasta percibir su fulgor divino manifestado definitivamente en el Resucitado glorificado a la derecha del Padre, es la tarea de todos los discípulos de Cristo. Contemplando este rostro nos disponemos a acoger el misterio de la vida trinitaria, para experimentar de nuevo el amor del Padre y gozar de la alegría del Espíritu Santo.

La contemplación de Cristo tiene en María su modelo insuperable. El rostro del Hijo le pertenece de un modo especial. A sido en su vientre donde se ha formado, formando también de Ella una semejanza humana que evoca una intimidad espiritual ciertamente más grande aún. Nadie se ha dedicado con la asiduidad de María a la contemplación del rostro de Cristo. Los ojos de su corazón se concentran de algún modo en Él ya en la Anunciación, cuando le concibe por obra del Espíritu Santo en los meses sucesivos empieza a sentir su presencia  y a imaginar sus rasgos. Cuando :por fin lo da a luz en Belén, sus ojos se vuelven también tiernamente sobre el rostro del Hijo, cuando lo envolvió en pañales y acostó en un pesebre.

Su mirada, siempre llena de adoración y asombro, no se apartará jamás de El. Será a veces una mirada interrogadora:..Hijo: ¿por qué nos has hecho esto? Una mirada penetrante, capaz de leer en lo íntimo de Jesús... presentir decisiones como en Caná; otras veces será una mirada dolorida, sobre todo bajo la cruz, .. acogerá al nuevo hijo en el discípulo predilecto confiado a Ella; en la mañana de Pascua será mirada radiante por la alegría de la resurrección, por fin, una mirada ardorosa por la efusión en el día de Pentecostés.

María vive mirando a Cristo y tiene en cuenta cada una de sus palabras: “Guardaba todas estas cosas y las meditaba en su corazón”. Los recuerdos de Jesús impresos en su alma la han acompañado en todo momento, llevándola a recorrer con el pensamiento lo distintos episodios de su vida junto a su Hijo. Han sido aquellos recuerdos los que han constituido el Rosario que Ella ha recitado constantemente en los días de su vida terrenal.

Ahora entre los cantos de alegría de la Jerusalén celestial, permanecen intactos los motivos de acción de gracias y su alabanza. Ellos inspiran su materna solicitud hacia la Iglesia peregrina.... María propone continuamente a los creyentes los misterios de su Hijo. Cuando recita el Rosario la comunidad cristiana está en sintonía con el recuerdo y con la mirada de María.

El Rosario precisamente a partir de la experiencia de María es una oración marcadamente contemplativa, sin esta dimensión, se desnaturalizaría, como subrayó Pablo VI; sin contemplación, el Rosario es un cuerpo sin alma y su rezo corre el peligro de convertirse en mecánica repetición de formulas y de contradecir la advertencia de Jesús: “Cuando oréis, no seáis charlatanes como los paganos, que creen ser escuchados por su locuacidad”. Por su naturaleza el rezo del Rosario exige un ritmo tranquilo y un reflexivo remanso, que favorezca en quien ora, la meditación de los misterios de la vida del Señor, vistos a través del corazón de Aquella que estivo más cerca del Señor.

Es necesario detenernos en este profundo pensamiento de Pablo VI para poner de relieve algunas dimensiones del Rosario que definen mejor su carácter de contemplación cristológica.

 

Juan Pablo II

 

 

Resumen: Ana María del Niño Jesús de Praga,OCD