Hermandad de Ntra. Sra. de la Hermosa |
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Septiembre 2009. Fuente de Cantos |
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La penitencia
José Antonio Villalba de Acuña _____________________________
Hace ya mucho tiempo me contaba mi madre, que en un pueblo no muy lejano cuyos habitantes eran gente trabajadora, humilde y temerosa de Dios, todos los vecinos sin excepción eran amables y serviciales; todos se ayudaban entre sí cuando la ocasión lo requería. Así de esta manera transcurría casi plácidamente la vida entre la gente de este pueblo.
Entre los vecinos de este lugar destacaba, desde luego por nada bueno, una mujer de mediana edad, soltera, casi siempre de mal humor y que no se le conocía hombre alguno que la rondara. Quizá por su vida solitaria había desarrollado un carácter rencoroso y criticón; fácil a la murmuración y en levantar medias mentiras a cualquier vecino o vecina que sin motivo aparente fuera centro de su crítica mordaz y malintencionada. La buena gente de este pueblo estaba más que harta de las murmuraciones de la mujer en cuestión y siempre que podía dejaba de lado cualquier acercamiento ocasional con ella, lo que hacía que arremetiera más en sus críticas a los vecinos.
Así transcurría la vida en este pueblo y en estas gentes resignada a aguantar el castigo de tener una vecina con tan mala condición y tan mala y pecadora lengua. De nada valía las llamadas a la cordura que le hacía el señor alcalde, incluso el señor cura , que por su edad estaba a punto de jubilarse y dejar la parroquia a otro sacerdote más joven que quisiera mandar el obispado..
Mira por dónde el relevo del párroco no se hizo esperar y a los pocos meses después llegó al pueblo un cura nuevo, mandado por el señor obispo para hacerse cargo de la parroquia. Este acontecimiento fue seguido por todos los vecinos que , de alguna manera quisieron darle un buen recibimiento a la par que despedían con agradecimiento al párroco anterior. Antes de marcharse el anciano sacerdote, puso en antecedente al nuevo párroco de todos los detalles y pormenores de la parroquia, del pueblo y de sus gentes. A los pocos días se ofició un acto religioso a los que asistieron la mayor parte de los vecinos que pudieron hacerlo y que sus trabajos le permitieron.
Nada más habría que contar si no fuera por un hecho insólito que sucedió un sábado por la tarde en el que el nuevo cura estaba confesando a todos los que quisieran reconciliarse con Dios y poder comulgar al día siguiente. Entre las personas que querían confesarse estaba ¡válgame Dios¡ la mujer criticona y lenguaraz cuya presencia despertó tal asombro que el señor cura tuvo que salir del confesionario para pedir silencio en la casa de Dios.
Cuando aquella mujer se acercó al confesionario, no se sabe si arrepentida o llena de curiosidad por conocer de cerca al nuevo sacerdote, éste la invitó a que le dijera sus pecados ; uno por uno la mujer fue desgranando lo que había sido su vida y lo mal que se había portado con los demás vecinos. Cuánto les había criticado, levantando incluso falsos testimonios que dejaban en entredicho la buena reputación de algunos de ellos. Tal era la gravedad de los pecados que hasta la propia mujer se conmovió con lo que estaba confesando. Posiblemente esta mujer sufriera una transformación en su manera de ser y quisiera empezar una nueva vida.
Una vez terminada la confesión, el señor cura reflexionó unos minutos y viendo cierta sinceridad en la mujer le prometió la absolución a cambio de la siguiente penitencia:
Mira hija- le dijo el sacerdote- el próximo día de mercado has de comprar un buen pollo y cuando lo hayas comprado lo llevas a casa; ponte un delantal y te paseas por las calles pelándolo poco a poco hasta que termines – continuó el cura-. Al día siguiente vuelves sobre tus pasos y vas recogiendo todas las plumas del pollo hasta que no quede una. – La mujer asombrada ante tal penitencia le contestó al cura que eso era imposible de cumplir; que dónde estarían las plumas del pollo. Posiblemente –siguió diciendo la mujer- con el viento que hace las haría llevar tan lejos que no llegaría a reunirlas nunca. Tenga Vd. piedad de mí, --Eso mismo ocurre con las murmuraciones, que van de boca en boca, como las plumas por el viento, y luego es imposible restituir lo que has murmurado - ¿Acaso vas a ir de puerta en puerta diciendo que no es verdad lo que antes dabas por cierto? --Si quieres el perdón de Dios y de tus vecinos has de cumplir la penitencia—terminó sentenciando el cura.
La gente, al verla llorando y humillada, se compadecía de ella a pesar de todo. Gracias a la bondad de los vecinos que la perdonaron consiguió la absolución y vivió en paz el resto de su vida.
Sirva de ejemplo.
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